La vida sigue

Serie documental realizada por Isabel Botero. (Fragmento)

@isabelboterov

El primer domingo del confinamiento, luego del decreto de aislamiento preventivo obligatorio, me asomé a la ventana de mi habitación y observé a una niña bailando en el balcón de su apartamento. Esa imagen me perturbó porque estaba encerrada indefinidamente en medio de una pandemia y porque, a pesar de todo, seguía bailando. Y pensé: la vida sigue. Ese fue el primer video publicado y luego vinieron muchos más. La vida seguía, de día y de noche, y por estas cinco ventanas se aparecía, no cesaba, se rebosaba, y cualquier acción cotidiana se convertía en un acto de resistencia. Esas escenas de esa vida-novida que seguí a pesar del virus, esa cosa-nocosa, las grabé y clasifiqué como insectos atravesados por un alfiler en una suerte de taxonomía pandémica. ¿El resultado? Una serie documental de 300 escenas grabadas durante los cinco meses de encierro. Vendedores ambulantes de frutas, tamales y helados; parejas que se besan sin tapabocas, niños que juegan en una cancha cerrada, perros que cagan y vecinas que se limpian la mierda del zapato; grupos de mariachis, dúos desafinados de vallenato y borrachos; peleas, ladrones y aguaceros; gatos callejeros, tórtolas y helicópteros; Recicladores, repartidores, vigilantes, indigentes, bailarines, taxistas, deportistas y barrenderos. En la última imagen, la que cierra la serie, aparece la misma niña del principio. Esta vez está jugando dentro de una carpa en forma de castillo con su nueva vecina y amiga del balcón de arriba, quien lo ha adaptado con cartones y plásticos para refugiarse de este mundo incierto.